Seguimos
por la ruta del Carraixet, alcanzando la rosada silueta del Seminario La Inmaculada de Moncada, con sus ventanas,
claustros interiores, torre y capillas. Desierto quienes un día serán
responsables de las ermitas, estudian, conviven y oran, en dos edificios
singulares: la recogida capilla de filósofos y la basilical iglesia.
“Cuenta con dos ermitas, una en honor de Nuestra Señora de
los Desamparados, no muy antigua, y la de Santa Bárbara, construida en 1701, en
el lugar de otra dedicada a San Ponce, de la que únicamente resta, como
recuerdo, una antigua tabla. De dicha santa mártir se guarda, en elegante
relicario de plata, la falange de un dedo de la mano, la que trajo de Roma a
principios del siglo XVI, mosén Alejando de Blanes, beneficiado de la parroquia”
(Nomenclator, pg.229).
Ciertamente, el
origen se halla en aquel tiempo, cuando la intercesión de la santa libró a la
población de una destructora tormenta. Allí en un espacio agradable,
iluminado por los jardines, arbolado, estaciones del via crucis y un pozo
cerrado, se levanta el porche renacentista, formado por siete arcos apoyados en
pilares, con pilastras adosadas, sobre las que se asoma el frontón con su
ventana, custodiada por sendos relojes de sol. El interior es de planta de cruz
latina, bóveda de cañón con arcos fajones, alzándose sobre las cuatro pechinas
un octógono, sobre el que se asienta la media naranja. Cuenta un retablo
neoclásico donde es venerada la imagen de la titular.
Lectura: Apocalipsis 21, 9-14
Oración: Padre. Contemplo esta ermita, mientras leo la
aparición de la nueva Jerusalén, “resplandeciente de gloria”. Ella viene a mí,
a cada uno de nosotros y se hace en cierto modo presencia cada vez que entro en
un santuario. Es momento para disfrutar del lugar, habitado por ti, y pensar en
aquello que evocan los arcos, la ventana, el reloj, la cúpula. Todo me habla de
ti, de un Dios que nos iluminas con la antorcha de tu Hijo, el Cordero.
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