Nos adentramos en el pueblo del que escribe el Cantar del
mio Cid: “Grandes son las ganancias que mío Cid hecho ha. / tomaron ha cebolla
y cuanto hay adelante” (v.1149-1150).
El peregrino después de visitar el Real Monasterio de
Santa María, inicia su peregrinar hacia los dos cerros que se alzan sobre éste:
La Patà y Santa Bárbara. El primero con los restos de la antigua fortificación
recuerda con su nombre la coz del caballo del rey Jaime I, merced a la cual,
cuenta la tradición, manó agua y las huestes saciaron la sed. El segundo se
halla dedicado a la mártir de gran devoción entre los agricultores: Santa
Bárbara.
Constituye el lugar un mirador privilegiado para
contemplar el santuario mercedario, el pueblo, desde el que se extiende el
llano de la huerta aledaña al mar, la costa valenciana y la sierra Calderona. Y
allí, como un pequeño gorrión en su nido de cipreses y pinos, se encuentra la
pequeña ermita del s.XVIII, cuadrada, de mampostería, cubierta por cúpula de
las llamadas “bohemia” con faldones de tejas que se prolongan hasta formar el
alero, mientras la veleta levantada en lo alto juguetea con la brisa
mediterránea. Un retablillo de madera indica su nombre y dos ventanas laterales
iluminan el interior, donde se venera un retablo de cerámica en honor a santa
Bárbara. En tiempos pasados desde allí, a principios de mayo, era bendecido el
término.
Lectura: Mateo 5, 1-12
Oración: Padre. El lugar impregna de paz y sencillez,
la misma que irradiaba el monte de las Bienaventuranzas cuando el Maestro, tu
Hijo, se sentó y proclamó el sermón de la esperanza. Escucho tu voz:
bienaventurados los que pobres en el espíritu, bienaventurados los que están
tristes, los humildes… Acompañado por la
dulce caricia de la brisa, leo, releo, medito. Y miro a lo lejos. Te doy
gracias por tantas personas, mar donde se reflejaban los rayos de las
bienaventuranzas. Y los nombro en mi interior, rezo a ti por quienes heredarán
la tierra.
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