“Situada en un
llano que se extiende de la falda meridio-ooriental de la famosa sierra de
Mariola entre los ríos Alcoy y el barranco de Lort” (Madoz) la villa de
Cocentaina, capital de la comarca del Comtat cuenta con una capilla “muy
reducida, pues tiene unos 100 palmos escasos de longitud y 34 de latitud, pero
es una de las más lindas de su clase” (Id).
Allí se dirige
el peregrino, en busca del monumental Palacio Condal ubicado en el centro de la ciudad, alcázar en cuya
capilla de san Antonio sucedió el famoso prodigio. Después de guerrear en
auxilio del Papa Eugenio IV en tierras italianas durante el año 1445, sirviendo
a su señor, el rey de Aragón Alfonso V, el Magnánimo, el sucesor del pontífice
obsequió al caballero navarro don Jimén Pérez Ruiz de Corella con una tabla
bizantina. Regresado a la península compró al rey la baronía de Cocentaina,
otorgándole el título de conde. Establecido en el alcázar en 1448 entronizó el
cuadro de la Concepción de María en la capilla de san Antonio Abad. Allí, el 19
de abril de 1520, mientras celebraba misa mossen Onofre Satorre contempló como
desde los ojos de la “Mare de Deu” fluían veintisiete lágrimas de sangre.
Realizadas las
pertinentes comprobacio– nes comunicó el prodigio a los vecinos.
El 1 de
diciembre de 1653 debido al aumento de devoción hacia la milagrosa tabla de 30
x 26 centímetros los señores de Cocentaina decidieron fundar un convento
dedicado a su culto, obteniendo licencia del prelado y estableciéndose en la
actual Sala de Embajadores, situada sobre la capilla, un grupo de monjas
capuchinas descalzas procedentes de Granada. Durante los años siguientes,
después de ceder la parte norte del edificio y adquirir las casas colindantes,
el 20 de septiembre de 1656 se iniciaron la construcción del actual convento,
trasladando en solemne procesión el cuadro de la “Mare de Deu del Miracle” el
20 de enero de 1670.
Lectura: 2 Crónicas 29, 11
Oración:
Padre. En este Año Jubilar Mariano, después de
recibir tu perdón sacramental, ante el
rostro de la “Mareta” escucho tu voz: “hijos míos, ahora no seáis negligentes,
que el Señor os ha elegido para estar en su presencia, servirle, ser sus
ministros y para quemarle incienso”.
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