En lo alto del
monte, cual faro en el mar de centelleantes aguas, la ermita del Cristo se
alza, ofreciendo al caminante el lugar donde contemplar a Cristo, Señor del
cielo y la tierra, el sol, la luna y las estrellas.
Sucedió el año
1536. Dos jóvenes peregrinos entraron en la villa, se detuvieron para
contemplar el paisaje y exclamaron: “qué bonita montaña tienen ustedes aquí
para hacer un calvario”. Al anochecer tres misteriosas iluminaron el altozano.
El pueblo consideró a aquellos personajes ángeles enviados por Dios, acordando
construir una ermita dedicada a Cristo crucificado, cuya imagen esculpida en
1537 fue entronizada en este lugar y contaba con la representación de los dos
ladrones. Allí permaneció hasta ser destruida en 1936.
“En 1541 se
fundó un beaterio en la ermita y hospedería, siendo la primera religiosa que
ocupó la madre sor Cecilia Ferré, emparedada (mujeres que recluían en una
habitación ubicada en las iglesias) de Santa Cruz de Valencia, e hija de esta
villa, con algunas mujeres, las que iniciaron la vida recoleta” (Sanchis
Sivera). Allí permaneció la comunidad hasta ser suprimida por el arzobispo
Aliaga durante la visita pastoral de 1622, a causa de ser pocas y no vivir
sujetas a regla monástica.
El santuario
consta de cuatro cuerpos: la casa del capellán, la iglesia, la hospedería y la
torre de estilo neoclásico con las campanas Soledad (40 kg.) y Santísimo Cristo
del Monte Calvario (96 kg.) fundidas en 1952. Frente al templo y el reloj de
sol una columna con capitel corintio y cruz invita a humillar el alma, antes de
entrar en la iglesia por la puerta lateral y arrodillarse ante la imagen del
crucificado.
Lectura: Juan 19, 41-42
Oración:
Padre, ante la
imagen de tu Cristo Crucificado representada en los azulejos de la puerta
medito la sepultura de tu Hijo en el huerto. Ayúdame a vivir sepultado en tu
corazón, a encontrar espacios de tiempo donde mi único pensamiento seas Tú,
pintando con la Palabra la penumbra de mi vida, retirado de los vanos
pensamientos.
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