miércoles, 31 de enero de 2018

Beniganim. San Antonio Abad.


Al amanecer, desde Bellús  y abando-nando el Camino del Cid, siguiendo los rayos del sol, el caminante atraviesa la presa y dirigiéndose por la CV 612 entra en la localidad de Beniganim, comenzando una jornada de silencio, oración y contemplación, acompañado por la más ilustre de sus hijas, la beata Inés.

La primera ermita que visita, construida en 1847, se encuentra “saliendo del pueblo por el indicado lado del norte y portal llamado de Valencia” (Mádoz), es decir, desde la plaza Valencia, situada a trescientos metros de las Agustinas Descalzas, asciende por la calle del Convento, adentrándose en el recinto monástico donde antaño imitaban a Francisco de Asís los frailes alcantarinos. En lo alto rodeado de chalets y protegidos por la sombra de los pinares se encuentra la ermita dedicada al santo Abad.

El edificio está formado por dos cuerpos, la vivienda del ermitaño en la parte superior y el templo en la anterior. Este cuenta con una bella y enjalbegada fachada, blanca, con dos puertas de acceso a sendos edificios, separadas por una fuente de piedra y el retablo cerámico conmemorativo de   restau-ración concluida el 16 de enero de 2011 y sobre este la hornacina con la pequeña imagen policromada del santo vistiendo túnica blanca, escapulario azul y capa marrón.

La fachada luce sobre el alero de tejaroz una abierta espadaña con remate de frontón, ventana de arco de medio punto rematada por cubierta a dos aguas y cruz con veleta de hierro. En el interior del vano se halla una campana de 9 kgr. fundida cerca de 1980.

En el interior se venera la imagen de san Antonio Abad, presidiendo desde la hornacina, manteniendo viva la memoria del lugar dedicado al padre de los anacoretas desde 1621.

Lectura: Juan 12,24

Oración: ¡Qué bien se está aquí! En la penumbra, los pasos de los frailes en oración penetran en el claustro interior. Leo “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, quede infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Morir, morir a mis pensamientos y a mi imaginación, para así dejar que tú fecundes mi vida en la tierra de la oración y así, solo así, daré mucho fruto.

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