Es en la
Albaida de los siglos XVI-XVII donde el peregrino, dejando tras de sí la
iglesia parroquial de la Asunción con los lunetos y cuadros del pintor José
Segrelles y el “Palau dels Milà i Aragó”, presidiendo la que bien podríamos
llamar plaza de armas de la ciudad, siguiendo la calle de San Juan Bautista,
donde encuentra una pequeña ermita dedicada al Santo Precursor.
Apenas se
distingue de los edificios colindantes, formando parte de la casona solarieda,
antigua y noble, perteneciente en tiempos pasados a la familia Madramany.
La estrecha
fachada se distingue por los elementos propios de la arquitectura religiosa:
puerta adintelada o recta sobre el que se alza el arco visigodo con un vano o
hueco que arranca de la celosía. Sobre este, presidiendo la portada y
acompañando a los transeuntes, se encuentra un retablillo de cerámica enmarcado
por una moldura con la representación de
san Juan Bautista niño acariciando un cordero.
Encima de él
se abre la ventana de mediopunto por la que asoma una pequeña campana dedicada
al titular, con un peso de diez kilos, restaurada en junio de 2006. En el
tercio se lee: “SOI DEL SALVADOR DE ALBAIDA AÑO 1775”.
Remata el
edificio el frontó triangular dos
macetones blancos y un ventana abierta en el óvalo.
El interior de
la ermita forma un cuadrado sobre el que se alza la cúpula ciega seccionada por
cuatro arcos fajones y sustentada por pechinas y arcos torales. Allí era
venerada la imagen del titular, trasladada posteriormente al templo parroquial,
albergando en la actualidad el paso de la
Lectura: Juan 10, 27-28
Oración: Padre,
después de deslizar la mirada por la fachada y detenerla en el retablo, abro al
azar la Biblia y encuentro estas palabras de tu Hijo. “Mis ovejas escuchan mi
voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no
pereceran para siempre y nadie las arrebatará de mi mano”. En silencio rumio
estas frases, las repito hasta encontrar la paz de quienes en sus pasos
vacilantes caminan bajo la sombra de Jesús, protegidos por Él.
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