“Al pie de la
montaña de la Cueva-Alta, está el edificio que fue convento de los Dominicos”
(Madoz, I).
El peregrino
habiendo abandonado la A-7 y en la rotonda, toma la antigua Nacional 340,
encontrando en la margen izquierda, las
vetustas ruinas del Monasterio de Santa Ana, acariciadas por la exuberante
vegetación formada por pinos y matorrales.
Allí, ante él,
permanecen firmes frente al tiempo la fachada con su arcada puerta y cornisa,
muros y restos de la bóveda de la antigua ermita y monasterio.
Fue en 1538
cuando el Conde de Albaida D. Cristóbal Milán de Aragón, donó el eremitorio
dedicado a la madre de la Virgen María a los dominicos. Su Provincial, fray
Joan Micó, construyó el convento, enviando a los padres predicadores.
Años más
tarde, en otoño de 1557, fue enviado san Luis Beltrán, quien permaneció como
vicario hasta 1560, “en cuyo tiempo sucedió el famoso milagro de la pistola”
(Sanchis Sivera), convirtiendo la pistola de quien disparó al santo en un
crucifijo.
De este
monasterio fueron los frailes predicadores en Montaverner: frare Xeres (1586),
frare Feliu (1589), frai Joseph Aliaga (1592 y 1593), frai Cristofol Sanchiz
(1599 y 1600), fray Vicente Guerola (1747) y fray Cristobal Bono (1762, 1763 y
1764). Años después, en 1795, se hospedó el botánico Cavanilles.
Destruido
durante la invasión francesa, reconstruido de nuevo, tras la desamortización de
Mendizábal (1836-1837) fue vendido a unos particulares quienes transformaron el
lugar en una granja de labores.
Lectura: Malaquías 2,17-3,5
Oración: Padre, con
temor y temblor contemplo estos muros. Leo el pasaje de “El Día de Yahvé” e
imagino a san Luis Beltrán cual profeta escondido en la ermita o en una de las
cuevas, orando con este texto. “Os llamaré a juicio y seré testigo diligente
contra los que roban el salario al trabajador, explotan a viudas, huérfanos y
emigrantes”, “sacude mi conciencia para que sea exigente conmigo antes de que
llegue el día del Juicio”.
128.
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