Después
de visitar ser iluminados por los
cuadros de Ribalta y Segrelles de la basilica menor de San Jaime, tras visitar
el cálido hogar de la Beata Josefa Naval Girbés, el peregrino emprende el
camino hacia las huertas.
La calle es “una de las más largas del pueblo,
aunque en general sus edificios no son tan buenos como los de las otras
calles”, escribía en 1908 el párroco Dr. Miguel Belda. Estrecha, cual acequia
que riega los hogares, tierra fértil donde germinan y crecen las familias de
este pueblo labrador. Y en una de las casas habita y comparte las fatigas la
imagen de santa Bárbara.
Allí, en la pequeña y rectangular capilla
custodiada por la puerta de forja y cristal, entre las rejas contempla el
peregrino el lugar santo. Tiene éste un zócalo marrón, apoyado en el rodapié
negro. El techo está rodeado por una escocia ribeteada de oro, es de color
tierra Treviso y de él pende una lámpara. El altar se encuentra cubierto por un
mantel blanco sobre el que han sido colocados tres ramos de flores y dos
candelabros modernos. La titular se encuentra en el interior de una hornacina,
custodiada por dos pilastras de mármol. La imagen presenta los elementos
iconográficos alusivos a su vida: la torre a sus pies, el cáliz sobre el que se
eleva la eucaristía y la palma del martirio, sustentados éstos por sus manos y
la cabeza adornada por la corona real.
Finalmente cuenta Luis b. Lluch Garín antaño los
devotos al pasar por allí echaban en el suelo monedas, a modo de ofrendas.
Lectura: Eclesiástico 30, 21-25
Oración: Padre. Con la Biblia en mis manos me asomo a
esta ermita. Te escucho: “no te abandones a la tristeza / ni te atormentes con
tus pensamientos / la alegría del corazón es vida para el hombre / y la
felicidad le alarga los días”. Contemplo la torre, almena con tres ventanas en alusión
a tu Divina Trinidad. Cuando los pensamientos nos encierran en la tristeza, tus
hijos podemos escapar de ella si como Bárbara, abrimos el corazón a quien es el
Amor.
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