“El
tren arranca, lentamente./ El pueblo viejo tienen en sus grandes casas y
silenciosas/una opaca, doliente y suave claridad/perdido entre las gasas azules
de la aurora” (Juan Ramón Jiménez).
Y el
viajero queda en el andén. En la soledad de quien transita. Cada paso es abrir
un libro. Cada calle guarda una biblioteca de historias. Así dejando en el
horizonte la silueta blanca y roja del tren de cercanías, acogido por las palmeras que pintan de mediterráneo
el pueblo, sale a su encuentro el retablo de san Roque, con su ermita, puerta
espiritual de la Muntayna.
El
pequeño santuario se halla ubicado en la planta baja de un moderno edificio,
con amplia puerta de madera enmarcada en un arco formalete y un despiece de
dovelas. El interior es pequeño y su altar se encuentra sostenido por pilares
de mármol de piedra. En el nicho es venerada la imagen de san Roque.
Su
origen se remonta a los tiempos de la peste, el ébola de nuestros antepasados.
Un vecino prometió al santo si se libraba de ella erigirle una ermita y así lo
realizo. Durante la Guerra Civil fue destruida y tras la contienda se
acondicionó este recinto.
Luis
Lluch Garin relató en su articulo publicado por Las Provincias en 1965 el
siguiente encuentro con las vecinas del lugar: “cuando llega la fiesta adornan
la calle con banderas. Hay procesión, misa, serenatas, tracas,… ¡Todo se
pierde! Antes iban los jóvenes de paseo por las calles en donde hacían las
fiestas… Ahora todos van al cine!
Lectura: 1 Crónicas 29, 15
Oración: Padre. Dejando transitar el tren por los
caminos de hierro, mientras contemplo la ermita, medito esta frase que Tú
inspiraste al rey David: “porque forasteros y huéspedes somos delante de ti”.
Nuestra vida es caminar de estación en estación, viviendo encuentros en cada
pueblo. Al contemplar la ermita y la calle que se adentra hasta la iglesia
parroquial, te doy gracias por las personas que he encontrado en las estaciones
de mi vida, en los pueblos y lugares donde Tú me has conducido.
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