El Camino de
San Vicente Ferrer recorre los diversos puntos de la geografía valenciana,
española y europea, siguiendo las huellas de quien a finales del siglo XIV y
principios del siglo XV, llevando una vida apostólica, invitó a temer a Dios y
darle honor, abandonando toda riqueza y escogiendo como norma de vida los
preceptos bíblicos.
Y el
peregrino, después de visitar la iglesia parroquia de san Bartolomé y el
antiguo convento dominico de san Jacinto, habiendo bebido en las saludables
aguas de la Font Jordana inicia el ascenso hacia los dos lugares vicentinos de
Agullent, unidos por el vía crucis.
La pequeña
ermita tiene su origen en el antiguo eremitorio del siglo XV, lugar donde en
1409 se retiraba a orar y el milagro allí obrado el 3 de septiembre de 1600.
Sufría la
población los efectos catastróficos de la peste. Una noche, habiendo el
matrimonio custodio de la ermita cerrada la puerta, vio el marido entre los
resplandores de la luz producida por la lámpara de aceite a un fraile dominico
rezando ante el altar. Asombrado buscó a su mujer, entrando en el lugar, no
hallando al religioso convocaron a los vecinos quienes llegando allí
presenciaron la caída de la lámpara, sin esta romperse. Llamado el sacerdote
este procedió a ungir a los apestados, sanando todos.
Siglos más
tarde, en 1976 fue reconstruida sobre los cimientos de la antigua, siendo
bendecida dos años después.
El actual
edificio es de reducidas dimensiones, rectangular, blanco, con tejado a dos
aguas y fachada con puerta y panel cerámico del titular.
En el retablo
neoclásico del interior se venera la imagen del san Vicente, talla esculpida a
mediados del siglo XIX.
Lectura: 2 Corintios
4, 7
Oración: Padre,
retirado en este lugar, escucho tu voz, “llevamos este tesoro en vasijas de
barro”. Miro mis manos, mi vida, mi forma se ser. Como el “Pare Vicent”, soy
barro, pero no una arcilla muerta, sino viva, porque contiene tu luz, la
Palabra de tu Hijo y el fuego de tu Espíritu.
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