“Al
pie de uno de esos anchos pliegues se abre el paisaje de la ermita, que es como
un oasis enclavado en la sencillez y sequedad del monte, recordando una estampa
de la eterna Palestina: olivos, algarrobos, bancales de tierra blanca” (Luis B.
Lluch Garin), a los que se suman los modernos regadíos con sus huertas de
naranjos.
El
lugar, levantado posiblemente a principios del s. XVIII, sirvió de iglesia
parroquial después de los terremotos de 1748, hallándose en 1900 en estado de
abandono. Ese mismo año mossen Antonio Arlandis recuperó el calvario.
Posteriormente el párroco D. Pascual Gisbert Jordá (1909-1921) promovió la
reparación de la ermita. Profanada en 1936, desde la postguerra hasta la
actualidad el edificio y entorno han sido rehabilitados, ofreciendo de este
modo un remanso de paz, donde salen al encuentro del caminante las estaciones
del via crucis, con los modernos retablos, pintados por el ceramista local
Santos Perales Terol en 1992, las negras
farolas y los verdes cipreses (www.museumontesa.com).
Éste
se detiene ante la blanca fachada, con zócalo representando el paso del mar
Rojo y la resurrección de Cristo; el frontón mixtilíneo y la espadaña sin
campana. Alzando la vista descubre la cúpula de tejas morunas, coronada por la
cruz con los brazos en forma de flor de lis.
Asomándose
por las ventanillas ubicadas en la puerta, mira la nave de proporciones
elegantes, donde las pilastras rematadas por capiteles dóricos con ovas se
alzan hacia la bóveda de medio cañón y la cúpula ciega, asentada sobre
pechinas; y contempla la imagen de Cristo Crucificado, obra de Remigio Soler,
quien llagado y de rostro inclinado abraza en el vacío de la ermita a sus hijos
y fieles devotos.
Lectura: 1 Corintios 1, 23-25
Oración: Padre.
Contemplo la imagen, leo el texto bíblico, medito tu palabra: “nosotros
predicamos a un Cristo crucificado” y rezo la oración anónima: “No me mueve mi
Dios para quererte…; tú me mueves, Señor, muéveme el verte, clavado en una cruz
y escarnecido”.
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