El
Camino de Santiago prosigue el ascenso hacia la meseta castellana, siguiendo el
corredor drenado por el río “Canyoles”: “Via Heráclea” de los iberos y
cartagineses, “Via Augusta”, calzada islámica y Camino Real de Játiva a Toledo,
frontera entre visigodos y bizantinos(s.VI).
Acompañado
por Santiago, el peregrino recorre las calles tortuosas y angostas, hasta
alcanzar la rocosa montaña donde se asienta el edificio religioso. De él
escribió Luis B. Lluch Garín: “No he visto un calvario en la ladera del monte
que suba tanto desnivel”, mientras contemplaba los “cipreses tan tupidos y
olorosos –basta sacudir con la mano el follaje para que me rocíen con su aroma-
que sombrean la tierra”.
Y en
lo alto, cual señora se alza bendiciendo, el castillo almohade y la iglesia
neogótica. El eremitorio fue bendecido en agosto de 1899 y restaurado en
1955-1958, 1996 y en 2008, promovida por la Hermandad de Cristo Crucificado.
El
exterior cuenta con portada románica, rematada por la espadaña popular, donde
cada día la campana de 1704 “Sants de la Pedra” invita al rezo del Ángelus
(campaners.com). Su interior es amplio y espacioso, presidido por el altar de
estilo gótico florido donde se venera la imagen del Cristo del Calvario y
“sobre cuatro ménsulas laterales la Virgen y santa Ana, San Sebastián, San
Benito y San Joaquín (Lluch Garín). Pero antes de salir el recuerdo al ermitaño
a quien en 1969 encontró el periodista de Las Provincias, el ermitaño Vicente
Belda Rey, apodado “Brama serres”, y responsable del cuidado del calvario y la
ermita. Mientras, en esta tarde de domingo, a escasos metros, un pastor sale a
apacentar el rebaño.
Lectura: 1
Reyes 9, 1-3
Oración: Padre.
Al azar abro la pequeña Biblia de Jerusalén que me acompaña. Leo y escucho tu
Palabra: “mis ojos y mi corazón estarán en él para siempre”. Lo miro, a través
de la cerradura, rezo al Cristo: “Estarán en él para siempre”, en el templo de
Jerusalén, en la ermita, en mi persona. Soy amado con tus ojos y con tu
corazón.
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