“Situado
en las faldas meridionales de un cerro que la domina por norte y oeste, sobre
una altura que se eleva en medio de un ameno y frondoso valle, poblado de
olivos y algarrobos; la baten generalmente todos los vientos; su clima es
templado y las enfermedades más comunes catarros e inflamaciones”. Así
describía el municipio de Montesa en 1848 el “Diccionario
geográfico-estadístico-historico de España y sus posesiones de ultramar”, tomo
XI, pg. 554, de Pascual Madoz. Ciertamente nos encontramos ante uno de los
pueblos con mayor encanto de la archidiócesis, dominado por el castillo
habitado hasta el terremoto de 1748 por los Caballeros de Montesa, cuyo manto
medieval se extiende por la iglesia y las casas del centro histórico, separados
de las ermita de la Santa Cruz y Calvario
por el barranco de La Font Santa.
Es
después de visitar su hermana situada en la ladera, cuando el peregrino
asciende por un sendero hasta este lugar donde sobre las tierras de secano han
crecido los regadíos surcados por los caminos de hierro y asfalto. En la
soledad del cerro, anota museumontesa.com, se alza la sencilla
edificación de dos cuerpos, con espadaña sin campana sobre la unión de los
tejados. Construida durante el s.XVI, el interior es sencillo, de planta
rectangular, bóveda de cañón rebajada y entrada lateral, presidiendo el lugar
la cruz y el altar. Mientras la sombra de la memoria se extiende al recuerdo de
los ermitaños que vivieron en el lugar hasta finales del siglo XX, iluminándose
el domingo próximo al tres de mayo con la misa y bendición de términos.
Lectura:
Isaías 2, 1-3
Oración: Padre.
Desde la ermita del Calvario Isaías me habla, invitándome a contemplar el
templo del Señor sobresaliendo sobre los montes, dominado sobre las colinas. Y
él se alza, sencillo, sin campana, sin más signo religioso que una desnuda
cruz. Alzo la mirada y le digo a mi alma “venid, subamos al monte del Señor” y
te pido que encuentre siempre la senda que me conduce a ti.
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