En la ladera
septentrional y próxima a las murallas de la fortaleza saguntina y al teatro
romano serpentea en zig-zag el calvario, escenario del canto de los motetes en
el amanecer del Viernes Santo. Un original arco de entrada, inmortalizado en
1910 por el pintor Santiago Rusiñol, nos invita a ascender hacia lo alto para,
después de recorrer las quince estaciones contemplar el campo de Murviedro, los
lienzos de la muralla y la sobria ermita.
Ésta fue
construida durante el s.XVIII y restaurada en 2011-2012, restituyéndose el
cromatismo original y el esgrafiado. La fachada es lisa, con la puerta de arco
de formalete y tres hornacinas, terminando en cornisa barroca formada por
amplias curvas y contracurvas hasta ser coronada por la espadaña, donde
descansa la campana “Nostra Senyora dels Dolors”, fundida en 1860.
El interior
neoclásico tiene planta casi cuadrada, ensanchada por dos capillas a cada lado,
donde se veneran las imágenes de S. Bárbara, S. Francisco de Paula, S. Rita y
la Virgen de la Soledad. La cubierta, de bóveda de cañón, se apoya sobre la
cornisa. Y ésta es sustentada por cuatro pilastras embebidas con remate de
capiteles jónicos, tres arcos fajones
entre los cuales se abren los lunetos y los contrafuertes, dirigiendo la mirada
del peregrino hacia el retablo donde se venera la imagen de Cristo crucificado.
Lectura: Salmo 24.
Oración: Padre. Antes de ascender hacia la ermita, a los pies de
este arco, rezo pausadamente esta oración, interiorizando los sentimientos y la
fe del pueblo peregrino hacia Jerusalén. “¿Quién subirá al monte de Yahve?,
¿quién podrá estar en su santo recinto?” (v.3). Miro hacia el interior, recorro
las estaciones, “el hombre de manos limpias y puro corazón” asciende con la
cruz sobre sus hombros. “¡Puertas, alzad los dinteles!” (v.9). Tu Hijo, con su
sangre derramada, ha logrado derribar las infranqueables murallas levantadas
con mi pecado. Él ha entrado en mi corazón. En mi debilidad experimento tu
fortaleza.
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