A los pies de
la montaña de la Ponera, coronando el calvario bendecido en 1878 y
recientemente restaurado, el peregrino contempla la ermita dedicada a Santo
Domingo.
Hemos de
remontarnos hasta 1721, cuando después de obrarse un milagro atribuido al
santo, Jaime Villalba animó la construcción de esta ermita, concluyéndose
cuatro años después. El edificio de 13 metros de lado es de una sola nave con capillas laterales, bóveda
de cañón en su interior y cubierta a dos aguas, sustentada por contrafuertes.
Cuenta además con sacristía y casa del ermitaño. En la fachada se levantan las
estaciones XII y XIV custodiando la puerta sobre la cual se venera el
descendimiento del Señor y el titular en sendos retablos cerámicos y el nombre
del titular. Toda ella es rematada por la espadaña con su cruz y pequeña
campana dedicada a la Purísima, fundida en 1979.
En el interior
según Luis B. Lluch Garín se albergaba en 1964 oleografías y grabados de la
Inmaculada, Sagrada Familia, Sagrado Corazón, San José, el Niño Jesús y la
Virgen del Carmen, presidiendo todo el espacio la imagen de Santo Domingo de
Guzmán con el hábito negro y blanco y el perro a sus pies. Se refiere el autor
al personaje local de quien le habló el párroco, “el tío Mingo”, el ermitaño,
“quien hacía de relojero y hojalatero, bajaba al pueblo, recogía su trabajo, se
lo subía a la ermita y al día siguiente lo entregaba”. Pero el tío Mingo era
sobre todo el alma de la fiesta de santo Domingo. Ese día subían los vecinos al
lugar, él hacia las paellas y les servía agua del pozo, “buena y fresca”.
Lectura: Mateo 11,25-30
Oración: Padre. Quisiera ser como la campana en los días de
fiesta, fundida en el horno del Amor, vacío de mí mismo, cantar tus alabanzas.
Ser un eco de la voz de los humildes, de fe sencilla y esencial. Las últimas
estaciones del calvario me hablan de ellos: murieron a su egoísmo para
resucitar contigo, en los tiempos de
desolación hallaron en Ti su consuelo y como Domingo su vida fue una antorcha
de luz.
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