lunes, 10 de febrero de 2014

Ermita de San Jaime. Benicalaf (Benavites).


El caminante tras visitar Benavites y su Iglesia parroquial de N.S. de los Ángeles, prosigue siguiendo el “camí de l’Estret”, buscando el sol que nace en el Mediterráneo. Y él le muestra el templo ubicado en lo que fue  “un caserío situado en la parte más meridional del valle de Segó, a la derecha del barranco, con su iglesia dedicada a Santiago, que tenía categoría de entrada, y que en el último arreglo parroquial [1901] se suprimió, anexionando su feligresía a Benavites” (Nomenclator).
Cautiva la vetusta belleza de las paredes levantadas  durante siglo XVIII. El peregrino contempla ante sí un edificio de planta rectangular con cubierta exterior a doble vertiente y a un agua en sus capillas laterales, reforzadas por los contrafuertes y abiertas al interior por lunetos. Las paredes son de mampostería y sillería en las esquinas y contrafuertes, sobresaliendo la fachada. Ésta es coronada por una espadaña de triple arco, sin campanas en su interior. La portada, de inspiración manierista se divide en dos cuerpos: el inferior con dos pilastras dóricas con dintel adovelado y el superior con vano y volutas a los lados, rematadas por tres bolas. Una inscripción indica el titular de la antigua parroquia: S[an]TIAGO. 
Pero la desolación se alcanza al entrar en la iglesia, sorprendido por la decoración y los frescos de la bóveda luchando contra el tiempo: la Eucaristía, la Inmaculada, la Santísima Trinidad y los Apóstoles. 
Lectura: Ezequiel 47,1-13
Oración: Padre, rodeado de los naranjos, azahar en primavera, mis ojos contemplan el verde valle con sus huertas regadas por las fuentes. Eres el templo de donde brota el manantial que sana las aguas pútridas de mi vida. Las pinturas muestran el origen del bien que realizo: tu Amor, la intercesión de la Inmaculada, la fe de la Iglesia, la eucaristía y los sacramentos. Cuatro manantiales que transforman el desierto de mi vida en un huerto regado por cristalinas aguas.

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