El caminante
tras visitar Benavites y su Iglesia parroquial de N.S. de los Ángeles, prosigue
siguiendo el “camí de l’Estret”, buscando el sol que nace en el Mediterráneo. Y
él le muestra el templo ubicado en lo que fue
“un caserío situado en la parte más meridional del valle de Segó, a la derecha
del barranco, con su iglesia dedicada a Santiago, que tenía categoría de
entrada, y que en el último arreglo parroquial [1901] se suprimió, anexionando
su feligresía a Benavites” (Nomenclator).
Cautiva la
vetusta belleza de las paredes levantadas
durante siglo XVIII. El peregrino contempla ante sí un edificio de
planta rectangular con cubierta exterior a doble vertiente y a un agua en sus
capillas laterales, reforzadas por los contrafuertes y abiertas al interior por
lunetos. Las paredes son de mampostería y sillería en las esquinas y
contrafuertes, sobresaliendo la fachada. Ésta es coronada por una espadaña de
triple arco, sin campanas en su interior. La portada, de inspiración manierista
se divide en dos cuerpos: el inferior con dos pilastras dóricas con dintel
adovelado y el superior con vano y volutas a los lados, rematadas por tres
bolas. Una inscripción indica el titular de la antigua parroquia:
S[an]TIAGO.
Pero la
desolación se alcanza al entrar en la iglesia, sorprendido por la decoración y
los frescos de la bóveda luchando contra el tiempo: la Eucaristía, la
Inmaculada, la Santísima Trinidad y los Apóstoles.
Lectura: Ezequiel 47,1-13
Oración: Padre, rodeado de los naranjos, azahar en primavera, mis
ojos contemplan el verde valle con sus huertas regadas por las fuentes. Eres el
templo de donde brota el manantial que sana las aguas pútridas de mi vida. Las
pinturas muestran el origen del bien que realizo: tu Amor, la intercesión de la
Inmaculada, la fe de la Iglesia, la eucaristía y los sacramentos. Cuatro
manantiales que transforman el desierto de mi vida en un huerto regado por
cristalinas aguas.
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